Los franceses han encontrado la expresión perfecta para esta pequeña bolsita llena de aires: las llaman profiteroles, que traducido significa algo así como “pequeño beneficio” o “pequeño regalo”, algo que suena más agradable y apetitoso que el “Ofenküchlein” de Suiza o el “Branteigkrapferl” de Austria.
Los montoncitos del tamaño de una pelota de golf, hechos de masa choux sin azúcar, contienen un montón de aire caliente recién sacados del horno, un hecho que los caracteriza. Si se cortan horizontalmente en dos es posible llenar una mitad con nata, crema de vainilla o mousse de chocolate, como si de bollos petisús se tratase. Se les pone la tapa y está listo el “pequeño regalo” dulce.
Se cuenta que fue Napoleón, quien dio fama a los profiteroles en Italia en el S. XVIII, a los que en algunas regiones, como en la Toscana y Piamonte, se añadía una capa de salsa de chocolate para enriquecerlos. Bajo la denominación “Profiteroli” encontraremos en las pastelerías de Italia innumerables variaciones de este postre.
Pero quien los prefiera más contundentes puede rellenar los profiteroles con queso fresco o quark (y hierbas frescas), patés bien especiados o ragús de caza, ternera o pollo, o incluso con purés de verduras, como el aguacate.